Quiero Pensar
Llevaba varios días observándole,
había algo en él que no lograba descifrar, eso la hacía ir una y otra vez a su
encuentro. En ocasiones se quedaba quieta observándole el perfil del rostro,
esa mirada era más permeable de perfil que al verlo de frente, aun así sólo
podía fascinarse con cada arruga que volvía su rostro severo y sólo así, en
ratos, había destellos de ternura, casi hasta inocencia en su mirada (de
perfil) más nunca supo imaginar qué había detrás de esa mirada oscura, de esa
piel morena y gruesa.
No pienses que él era duro o
inexpresivo. Ella podía identificar un par de cambios en sus facciones:
indiferencia, hastío, coquetería y deseo, preocupación y sueño. Quizá eran más
(o menos), se le dificultaba diferenciar lo que ella sentía de lo que él
proyectaba, podría atreverme a decir que era incapaz de verlo realmente sino a
través de sus necesidades internas proyectadas. Así, ella cargaba un eterno
sufrimiento de saber que se alejaba en proporción directa a sus intentos de
acercarse, y que inverso a lo común en una relación, ella lo conocía menos con
cada momento que pasaban juntos. Era quizá que nunca lo estaban como tal, cada
uno encerrado en un mundo interno incapaces de procesar.
Como te decía, ella llevaba
varios días observándole, a veces lo veía tiernamente, otras como si estuviera
contemplando un recuerdo; pero siempre había un destello de amor que
inteligentemente había aprendido a ocultar. A mí me hubiera gustado saber qué
sentimientos la embriagaban para contemplarlo con tan sublime mirada, al mismo
tiempo que su rostro era completamente frío, ¿quién puede manejar tanta
dicotomía?
Mientras ella le veía a él, yo me
deleitaba al verla a ella, tan fría y distante, a veces humillante e hiriente
en cada palabra pero siempre al final un tono de voz que, si ponías atención,
era suplicante, como de aquellos que esperan el rescate tras meses de
angustioso encierro y ven de pronto un rostro amable. ¿Qué era eso por lo que
rogaba esa mujer? Claramente había en ella, en un lapso no mayor a una hora, un
caos de sentimientos luchando entre sí, y fluctuaba del amor al odio en un
pestañeo; de la indiferencia a la compasión, del rechazo al deseo… feliz y
triste al mismo tiempo.
Sí, sí, estás adivinando bien, yo
estoy enamorada de esa mujer. Mientras ella dedica hermosas y terribles miradas
a ese hombre, yo espero ansiosa que al menos elija sentarse a mi lado. Más él
siempre está a su lado. ¿Qué clase de personas disfrutan odiarse tanto? Quizá
en su siguiente aparición pueda preguntarle…cualquier cosa, o tal vez me atreva
a decirle “sé cómo lo ves…” ¿Crees que hubiera alguna reacción? Si me atrevo a
desnudarle las miradas, se le levanto el velo del rostro y la encaro con su
propia dicotomía, si le digo: “eso que sientes se llama amor, lo sé, lo sé
porque a mí me pasa igual…” ¿podría sostenerle la mirada? ¿Y si se espanta y se
va? Al menos mientras callo puedo seguir aprendiendo cómo callar el amor de los
ojos, así, como ella hace con él.
Pero ella llevaba varios días en
la ciudad, y cada noche contemplándole a él
y yo a ella, cada noche se me quedaba pegado a la piel el deseo de ir
tras sus pasos cuando ambos se despedían, y ella invariablemente se iba con él.
Me quedaba en el pecho un ardiente deseo de matarlo, a veces también de
asfixiarla a ella, así como me ahogaba su presencia, el imaginar que quizá en
la noche el velo caía, ya con la libertad que da la embriaguez y el deseo. ¿Qué
pasaba en la noche cada vez que se iba con él? ¿Dormían separados o fingir era
trabajo diurno? Estaba enloqueciéndome, su presencia esporádica había pasado a
ser, eventualmente (temporaria), diaria.
A la quinta noche no pude
soportarlo más, mi pecho se inundó de odio cuando su mano se posó en la barba
de él acariciándole, con esa mirada de amor, un destello o un desliz que duró
el tiempo suficiente para que él la recibiera con complicidad. Mi mente se
llenó de preguntas, quería pensar (mucho tiempo atrás) que era la afectividad
normal entre un par de amigos, no obstante la patada de burro que recibió mi
estómago me indicaba lo contrario. Comencé a odiarlo, y a ella por amarlo.
Así, poco a poco, mi mirada
fluctúa de amor a odio, en un lapso no mayor a una hora, tengo un caos de
sentimientos luchando entre sí, de la indiferencia a la compasión, del rechazo
al deseo… feliz y triste al mismo tiempo. ¡Cuánto la comprendo ahora!
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