Del otro lado del auricular se escuchaba el sonido de la llamada entrante, me mirabas fijamente con tus grandes ojos, ansiosa, en espera de que comenzara a hablar.
-Bueno? Doctor? Soy Rosa.
-Si mijita, dime qué pasa?
-Doctor, lo que pasa es…bueno, es que volvió a pasar, no puedo caminar, creo que otra vez pasó, no sé qué debemos hacer, doctor?
-Vente inmediatamente, que tus padres te traigan, en cuanto llegues al consultorio márcame a mi celular, mientras, haré unas llamadas para preparar todo, no te preocupes mijita, todo va a estar bien, tranquila…no llores, todo saldrá bien.
-Si doctor, gracias.
Al colgar me abrazaste y comencé a llorar desconsoladamente, sí era cierto, todo volvía a comenzar. No acababa de entenderlo, ayer perfectamente había corrido, saltado, caminado y heme hoy aquí, postrada en una silla del comedor, sin poderme levantar.
Los recuerdos de aquella primera vez llegaban en pequeños flash a mi mente. Me imagine de nuevo en ese cuarto de hospital, escuchando el eterno vocear de médicos y enfermeras, con tubos y agujas por todos lados y me estremecí. Sin embargo traté de calmarme, sabía que mucho dependía de mí que todo fuera menos impactante en mi familia, tenía que ser fuerte, dejar de llorar, todos tenían que verme serena aunque temblara de miedo.
Me soltaste y te dispusiste a llamar a papá por teléfono, te veías tensa, pero lentamente tu rostro fue adquiriendo esa expresión característica de cuando tenías que tomar decisiones, de hermana mayor, de mamá que debe brindar seguridad a sus pequeños.
-Papá, soy Angela, tienes que venir a la casa, es Rosa, se ha puesto mal, su médico dijo que hay que llevarla al hospital….ok, sí, sí…ella está bien.
Colgaste y te dirigiste a mí. –quiere que le hable a mamá. Asentí con la cabeza y comenzaste a marcar a su celular. Pasaron diez minutos y ella ya estaba en casa, cinco minutos más tarde llegó papá; ninguno de los dos dijo palabra alguna, se limitaron a observarme y darte indicaciones a ti y a los más pequeños, como si yo estuviera ausente.
Jes me miraba inquieto, a sus cuatro años no comprendía lo que estaba pasando, sólo entendió que debían llevarme al médico, le explicaron que tal vez me quedaría unos días allá y que luego regresaría a casa. Bucita por su parte se comía las uñas y Tenhay observaba todo desde una esquina y anotaba las indicaciones en una libretita.
En cuestión de minutos todo estaba arreglado, Angela, mamá, papá y yo, viajaríamos a San Luis Potosí, los demás se quedaban en casa a esperar noticias. Como pudieron me bajaron al carro, las escaleras de caracol son un verdadero problema en estas situaciones, así que rodeamos y terminamos saliendo por la casa de la abuela.
En el camino todo era tensión, nadie hablo, no podía imaginar lo que pasaba por la mente de cada uno y eso me angustiaba más que saber que sería internada una vez más, en verdad no me causaba tanto miedo, estaba segura que sería aún más sencillo que la primera vez, pues ahora todo había sido a tiempo. No sabía que me esperaba un gran calvario.
Mamá iba seria, pero no como siempre estaba, ahora no se veía fría e indiferente, aunque permanecía en algún lugar recóndito de sí misma pues su mirada se enfocaba en el vacío. Papá manejaba rápidamente, concentrado sólo en la carretera. Cuando al fin llegamos, mientras mamá llamaba al doctor, me abrazaste, te acaricie el cabello y te dije que todo estaría bien, todo estaría bien. Pero algo en mi interior me decía que tal vez no sería así, que esta vez no sería tan fácil.
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-Qué pasa? Rosa, hija, qué te pasa? ¡¡No puede respirar, por favor alguien ayúdela, por favor¡¡
-Bueno? Doctor? Soy Rosa.
-Si mijita, dime qué pasa?
-Doctor, lo que pasa es…bueno, es que volvió a pasar, no puedo caminar, creo que otra vez pasó, no sé qué debemos hacer, doctor?
-Vente inmediatamente, que tus padres te traigan, en cuanto llegues al consultorio márcame a mi celular, mientras, haré unas llamadas para preparar todo, no te preocupes mijita, todo va a estar bien, tranquila…no llores, todo saldrá bien.
-Si doctor, gracias.
Al colgar me abrazaste y comencé a llorar desconsoladamente, sí era cierto, todo volvía a comenzar. No acababa de entenderlo, ayer perfectamente había corrido, saltado, caminado y heme hoy aquí, postrada en una silla del comedor, sin poderme levantar.
Los recuerdos de aquella primera vez llegaban en pequeños flash a mi mente. Me imagine de nuevo en ese cuarto de hospital, escuchando el eterno vocear de médicos y enfermeras, con tubos y agujas por todos lados y me estremecí. Sin embargo traté de calmarme, sabía que mucho dependía de mí que todo fuera menos impactante en mi familia, tenía que ser fuerte, dejar de llorar, todos tenían que verme serena aunque temblara de miedo.
Me soltaste y te dispusiste a llamar a papá por teléfono, te veías tensa, pero lentamente tu rostro fue adquiriendo esa expresión característica de cuando tenías que tomar decisiones, de hermana mayor, de mamá que debe brindar seguridad a sus pequeños.
-Papá, soy Angela, tienes que venir a la casa, es Rosa, se ha puesto mal, su médico dijo que hay que llevarla al hospital….ok, sí, sí…ella está bien.
Colgaste y te dirigiste a mí. –quiere que le hable a mamá. Asentí con la cabeza y comenzaste a marcar a su celular. Pasaron diez minutos y ella ya estaba en casa, cinco minutos más tarde llegó papá; ninguno de los dos dijo palabra alguna, se limitaron a observarme y darte indicaciones a ti y a los más pequeños, como si yo estuviera ausente.
Jes me miraba inquieto, a sus cuatro años no comprendía lo que estaba pasando, sólo entendió que debían llevarme al médico, le explicaron que tal vez me quedaría unos días allá y que luego regresaría a casa. Bucita por su parte se comía las uñas y Tenhay observaba todo desde una esquina y anotaba las indicaciones en una libretita.
En cuestión de minutos todo estaba arreglado, Angela, mamá, papá y yo, viajaríamos a San Luis Potosí, los demás se quedaban en casa a esperar noticias. Como pudieron me bajaron al carro, las escaleras de caracol son un verdadero problema en estas situaciones, así que rodeamos y terminamos saliendo por la casa de la abuela.
En el camino todo era tensión, nadie hablo, no podía imaginar lo que pasaba por la mente de cada uno y eso me angustiaba más que saber que sería internada una vez más, en verdad no me causaba tanto miedo, estaba segura que sería aún más sencillo que la primera vez, pues ahora todo había sido a tiempo. No sabía que me esperaba un gran calvario.
Mamá iba seria, pero no como siempre estaba, ahora no se veía fría e indiferente, aunque permanecía en algún lugar recóndito de sí misma pues su mirada se enfocaba en el vacío. Papá manejaba rápidamente, concentrado sólo en la carretera. Cuando al fin llegamos, mientras mamá llamaba al doctor, me abrazaste, te acaricie el cabello y te dije que todo estaría bien, todo estaría bien. Pero algo en mi interior me decía que tal vez no sería así, que esta vez no sería tan fácil.
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-Qué pasa? Rosa, hija, qué te pasa? ¡¡No puede respirar, por favor alguien ayúdela, por favor¡¡
Una enfermera la aparta rápidamente, mientras un grupo de médicos y enfermeras se acercan.
-Qué ocurrió? Enfermera contésteme¡
-No sé, sólo le apliqué el medicamento, intravenoso como estaba indicado, debe ser una reacción…lo hice muy lento, en verdad, yo…
-Necesitamos oxígeno, rápido su tráquea se está cerrando. Una unidad de hidrocortisona, hay que hacer que respire.
-Señora por favor, necesitamos que nos deje trabajar.
-No, no me iré, los dejaré trabajar sólo déjenme ver, por favor, no estorbaré, me quedaré aquí sin moverme, por favor…
-Resucitador¡¡ la estamos perdiendo… a las tres, listo, uno, dos, tres…uno, dos, tres…uno, dos, tres… respira, su pulso es débil pero estará bien, hay que llevarla a un cuarto lo antes posible, manténgala vigilada y no le retiren el oxígeno. De quién es paciente?
-Del Dr. Mendoza, doctor.
-Maldita sea¡ manténganla bien vigilada, éste error nos costará caro, y Carlos exigirá explicaciones, no quiero un solo error más, oyeron?
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Cuando la vio salir por la puerta de urgencias, pálida, llorando, corrió a abrazarla y sintió cómo su cuerpo temblaba incontrolablemente. Un escalofrío lo recorrió, le temblaron las piernas, la voz se le cortó, un presentimiento le atravesó la piel. Se negó a pensar en lo peor y sólo espero que ella hablara.
-Que ocurrió, porque lloras, tranquila…ya dime.
Ella, sin dejar de temblar y aún con la voz cortada, lo miraba ausente, tratando de explicarle, pero sólo emitía frases entrecortadas, sin sentido.
-Está bien, ya todo está bien, trata de tranquilizarte, mírame, todo saldrá bien. Todo saldrá bien.
-Es que, ella… sentí que moría, la vi palidecer, se fue poniendo fría de todo el cuerpo, no respiraba, no respiraba…
-A donde la llevaron?
-Ya la subieron, sólo quería avisarte, quiero quedarme toda la noche con ella si estás de acuerdo. Mañana las visitas comienzan a la 1:00 p.m.
-Entonces…está muy mal?
-No lo sé, no me han dicho nada, ella sólo duerme, tendremos que esperar hasta mañana que venga el doctor. (De nuevo llora)
-Está bien, tú quédate, yo debo regresar a casa por dinero y a dejar a los niños, tal vez deba traer a Tenhay para que te supla, tú debes regresar a trabajar y yo también, habla con tu familia, tal vez por única ocasión quieran ayudar…
Se aleja rápidamente sin voltear. Alrededor todo es oscuridad, no se ve una sola lámpara en el estacionamiento del hospital. Hacía un frío helado, no había luna y el cielo estaba cubierto de nubes rojas. Elvira lo vio alejarse y se sintió aún más sola. Mientras avanzaba lentamente hacia la habitación de su hija su memoria le reprochaba lo que había tirado a la basura.
Por esas fechas hacía casi dos años, que ya no eran marido y mujer, y esta noche en particular lo sentía en lo profundo de su alma. ¿Por qué todo había acabado? Ella podía aún sentir sus brazos tibios, su amor, pero, ¿qué sentía ella hacia él? Lo amaba, pero sus errores los habían separado. Si tan solo él hubiera sido menos explosivo…y si ella no hubiera cambiado, pero ya no era tiempo de pensar en eso, ahora su hija yacía en una cama de hospital, unos instantes antes al borde de la muerte…
Cuando llegó a la puerta se detuvo, como dudando en entrar, volteo a ambas direcciones y se quedó observando el largo pasillo blanco, interminable, completamente vacío. Respiró profundo y entro, no encendió la luz. Rosa estaba allí, seguía dormida tal cual la había dejado. En el brazo derecho podía distinguirse la línea del suero que colgaba del techo, cada hora iba una enfermera a ajustar el goteo, agregar un medicamento o supervisar que la vena no se tapara, de lo contrario, inmediatamente cambiaba de brazo o vena, hasta que no hubo una sola vena lo suficientemente sana para canalizar.
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Primer día
-Buenos días mijita, cómo pasaste la noche? Mira te voy a presentar a estos doctores, ellos van a estar viniendo a examinarte todos los días eh, no te me vayas a asustar, todos son mis colegas, trabajamos en equipo. Ahorita te va a revisar este doctor que está junto a mí, es neurólogo, muy bueno, el mejor, quiero que cooperes con él y verás cómo todo lo solucionamos rápido.
-Hola hermosa
-Hola
-Cuántos años tienes? Mientras tanto pinchaba sus pies y piernas con una gran aguja, daba unos golpecitos para ver sus reflejos y luego pasaba al vientre haciendo lo mismo. A cada movimiento su expresión era menos alentadora, con miradas significativas hacia el Dr. Abud quien solamente observaba desde la base de la cama.
-18
-Eres muy joven y bonita. Muy bien he terminado, ves que sencillo, mañana vendré a visitarte de nuevo por la mañana, estás de acuerdo?
-No creo que tenga opción –pensé, después de todo me estaba convirtiendo en un conejillo de indias, según había escuchado por los internos, me estaban administrando una droga muy fuerte pero aún en investigación, esperaban que funcionara conmigo, me habían inscrito a un protocolo (¿protocolo?), sí, el objetivo era eliminar las células características del LES con anticuerpos de ratas o algo así. –sí, doctor –dije al fin con resignación.
Era mi primer día internada y ya estaba molesta. Dr. Hernández, Dr. Hernández, se le solicita en urgencias. Que por lo menos vocearan un doctor distinto cada hora¡¡ pero no, tenía que ser siempre el Dr. Hernández¡¡ ¿Acaso era el único doctor en el hospital? Me dolía la cabeza y me encontraba extrañamente cansada, los brazos me dolían y tenía todas las venas ponchadas, pareciera que llevaba una semana y no un día allí encerrada. Una pequeña manguera asomaba bajo mi bata y entonces recordé todo.
Comenzó cuando esa enfermera me inyecto un medicamento por la vena, de pronto dejé de sentir mis brazos y a no poder respirar, todo estaba muy borroso en mi memoria, luces, batas blancas, gritos, mi madre llorando y alguien empujándola hacia atrás. En un instante todas las luces se apagaron y ahora despertaba en este cuarto, llena de agujas y mangueras en todo el cuerpo.
-Dr. Guzmán, necesito que la lleve a una interconsulta con el oftalmólogo, prácticamente no tolera la luz; quiero análisis completos, en cuanto pueda quítele esa sonda que la está torturando y llévela a la clínica para una resonancia magnética.
-Sí doctor, alguna otra indicación en su medicamento?
-No, tenemos que esperar a ver cómo reacciona, el medicamente es demasiado agresivo, tal vez no lo tolere, se está debilitando muy rápido, manténgala en estricta observación y avíseme de cualquier cambio. Regresaré en la noche a pasar visita.
-Sí, doctor.
Escuchaba sus voces fuera del cuarto, más como murmullos, como tratando de guardar un secreto. Sí, yo también me daba cuenta que la luz me hería los ojos y que el espejo reflejaba un rostro fantasmal, ¡cómo se puede cambiar de la noche a la mañana!
-Mamá, no puedo tener un cuarto privado? No me gusta estar aquí.
-Lo sé gordita pero los doctores dicen que no hay más cuartos. En cuanto se desocupe un privado te cambiaran, mientras tienes que estar aquí.
El cuarto era grande, había otros dos pacientes en esa habitación, en la cama de enfrente una señora, también tratada para LES, gorda, de baja estatura y con una voz chillante; en la siguiente cama descansaba una anciana de muy mal genio, acababa de ser operada del corazón; y finalmente, la cama al lado de Rosa se encontraba vacía. Toda la escena era lamentable, Rosa observaba atentamente a las otras enfermas con sus familiares. La señora de enfrente comía gorditas que su hermana le llevaba de contrabando y la anciana discutía con su marido porque éste no sabía acomodar la cama a la altura que ella le pedía.
Mientras tanto, su madre se despedía con un beso prometiendo volver al día siguiente y Rosa veía entrar por la puerta a su padre, con una sonrisa forzada y la preocupación en la mirada; un libro en el brazo derecho y en el izquierdo un cuaderno, que de ese momento en adelante se convertiría en una especie de crónica acerca de la estancia de su hija en el hospital.
Segundo día
Avanzábamos rápidamente, al parecer alguien me empujaba sobre una silla de ruedas, cubrían mi rostro con una sábana y pude sentir las manos tibias de mi madre colocándome unas gafas sobre los ojos. Aún así, todo era demasiado brillante, jamás la luz del sol había sido tan blanca, todo era blanco intenso a mi alrededor, creía que no veía por esa luz tan intensa del día, quise saber quien me acompañaba pero nadie hablo y me sentía demasiado cansada para articular palabra.
-Rosa, ya llegamos, aquí hay unos doctores que van a revisar tus ojos, ya puedes quitarte las gafas. Ellos te ayudarán, no te preocupes, no es necesario que te muevas, te revisaran en la silla.
Me quito torpemente los lentes que me cubrían de la luz y mi sorpresa es que todo sigue siendo blanco, no hay nada más que luz, no hay rostros, no hay objetos, me doy cuenta entonces de la gravedad del asunto: estoy ciega, cómo es que ocurrió?
-Bien, Rosa, soy el doctor Román, puedes verme?
-No
-Está bien, quiero que te quedes como estás, no te muevas voy a revisar tus ojos, colocaré un instrumento delante de ti y moveré tu cabeza para poner tu barbilla sobre él, tú solo mantén tus ojos abiertos, será muy rápido.
-Aja, doctor, por qué no puedo ver?
-Es lo que vamos a investigar ahora. Quieta. Muy bien, ya está. Ya está, bien, ahora puedes regresar a tu cuarto.
-No me va a decir qué pasa con mis ojos?
-Lo que les pasa a tus ojos es reversible, recuperarás la vista en cuanto se detenga la activación del LES. Lo que ocurre ahora es que tu retina se está desprendiendo, por eso ves únicamente luz blanca, pero todo eso sanará en cuanto los medicamentos actúen.
-Gracias doctor. Es todo?
-Sí, Rosa, es todo.
Alguien vuelve a colocar las gafas en mi rostro y a cubrirme con la sábana, deja su mano sobre mi hombro y yo la tomo pensando que es mi madre, pero se sienten diferentes, más regordetas y menos tibias.
-Es tu tía Nena, vino a cuidarte.
-Hola tía, no puedo verte. –escucho sus sollozos mientras aprieta mi hombro. Sí, yo también quiero llorar, pero ya es suficiente con el sufrimiento de ellos.
-No te preocupes mi niña, aquí estoy aunque no me veas.
Tercer día
-Papá eres tú, ya llegaste? Te estaba esperando.
-Hola hija, cómo supiste, me viste, ya puedes ver?
-No papá, sólo te sentí. Quiero que me leas, por favor, traes mi libro de Taylor Cadlwell? No lo he terminado de leer, puedes leerme por favor?
-Sí mi niña, sí lo traigo, supuse que querrías continuar con tu lectura. No te preocupes yo te leeré todos los días. Te quiero corazón, dime cómo estás hoy?
-Cansada papi, muy cansada, crees que pronto pueda regresar a casa? Ya no aguanto más.
-Tienes que ser fuerte hermosa, nosotros estamos contigo diario, no te desesperes, hay que tener paciencia.
-Sí papá, no ha venido mi doctor, ayer tampoco regresó en la noche.
-Vino en la mañana pero estabas dormida, hablo con nosotros. Debes descansar mucho, te leeré para que duermas.
-De acuerdo.
Día 4
-Dr. Hernández se le solicita en quirófano, Dr. Hernández, favor de presentarse en quirófano.
Después de una semana
-Hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos, ya no tiene sentido mantenerla en el hospital en vez de seguir mejorando puede adquirir alguna infección, recuerden que Rosa se encuentra inmunodeprimida y cualquier infección por simple que sea puede empeorar su estado. Todo el equipo de médicos estamos de acuerdo en que debemos darla de alta, ella estará más tranquila en su casa, con su familia; nosotros ya no podemos hacer más.
Ha respondido adversamente al tratamiento, no podemos hacer más, le tratamos con lo más potente y nuevo en el campo y aún así no respondió como esperábamos. Deben tratar de entender que su futuro es incierto, no sabemos cómo seguirá evolucionando, puede recuperar la capacidad de caminar de igual manera que ha recupera la vista, sin embargo no queremos darles falsas esperanzas. Es la segunda vez que le ocurre esto a Rosa y se ha muerto gran parte de su médula espinal, los impulsos nerviosos ya no llegan a sus piernas por ello no puede responder a la orden que envía su cerebro.
-Quiere decir que nunca volverá a caminar?
-No podemos asegurarlo. Como le digo desconocemos la evolución que Rosa vaya a tener. Por sus condiciones llegamos a pensar que no recuperaría la vista y pasó lo contrario, puede ocurrir lo mismo con su movilidad y sensibilidad en piernas. No obstante, y aunque así ocurriera, es nuestra obligación informarles que su riñón se encuentra muy deteriorado y presenta graves afecciones de hígado y corazón.
-Va a morir?
-Su estado es muy débil. No lo sabemos, pero lo mejor desde nuestro punto de vista es que regrese a su hogar y le brinden ustedes todos los cuidados y cariño que necesita, ella estará mucho mejor en casa.
De vuelta a casa
El viaje fue terriblemente cansado, aunque me dieron de alta desde las 9 de la mañana, no fue hasta las 8 de la noche que salimos del hospital. Recuerdo no sentir mi cuerpo, cada día era como ir perdiendo un pedacito de ti, sin embargo estaba completa, no me faltaba nada. Me sacaron en silla de ruedas, hacía un frío helado y la noche era muy oscura, sin luna solo con unas cuantas estrellas en lo alto.
Ya en el carro intentaron acomodar el asiento lo más acostado que se podía, mi espalda no toleraba sin embargo, el leve ajetreo del viaje, con todo y sedantes sentía que mi cuerpo se desmembraba.
Al fin en casa me recibieron mis hermanas y hermano, me esperaban en la entrada muy contentos, pero me encontraba tan cansada que apenas pude sonreir al verlos escurriéndome algunas gotas saladas por las mejillas. Algo había en el ambiente diferente, una sensación extraña que me susurraba que sería mi última noche en casa, con mi familia y no pude evitar sentir miedo.
Los miré a todos, tratando de guardar esos rostros en mi memoria, tratando de grabar su mirada en mi corazón. Siempre me gustó escribir, y ahora no podía, nunca fui buena hablando de mí y esa no era la excepción así que no pude decirles nada, no pude despedirme aún sabiendo que partiría muy pronto.
Allí estaban todos, me subieron al cuarto y se quedaron hasta que me dormí. Seguí soñando con cada uno: Angela con sus grandes ojos oscuros me arropaba cariñosamente, percibí el olor de su pelo mientras lo hacía; mis padres se comunicaban con miradas entre ellos, los veía tomarse de la mano como un signo de perdón, de reconciliación. Jes, mi pequeño bebé, mi fuerza más grande, mi alegría, mi más fuerte razón para vivir me preguntaba al oído si me dolía algo al tiempo que acariciaba mi rostro y yo lo abrazaba fuertemente. Bu y Tenhay permanecían distantes, incapaces de mostrar lo que pasaba por su mente. Y yo poco a poco entraba en un sueño cada vez más profundo, del que ya no despertaría al día siguiente.
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