Nadie me enseñó a coser muñecas rotas
Años atrás, cuando era pequeña,
pensaba que siempre había en casa una cura para cualquier herida, si caía y me
raspaba las rodillas mi madre me ponía mertiolate y me besaba en la mejilla, si
mamá no estaba, entonces mi padre me untaba un poco de sabia de sábila, o si el
problema era una cortada, mi abuela me ponía algo de hierba de siempre viva…ésta
última ejercía una magia peculiar en mí, quizá era el nombre “siempre viva”,
jamás me faltaría.
Fui creciendo –como es normal-
pero contrario a lo que pensaba, las heridas se fueron acumulando y cada vez
había menos medicina que las curara, la “siempre viva” comenzó a secarse, mamá
estaba presente con menos frecuencia y papá ya sólo me recordaba que ya sabía
cómo curarme con sábila…ciertamente lo sabía, cuando de cortadas en la piel se
trataba, pero, ¿qué debía hacer con las pequeñas fisuras que empezaban a
invadir mi interior? Nadie parecía notarlo, nadie se percataba de que por
dentro estaba rota.
Luego comencé a arrancarle la
cabeza a cada una de las muñecas que encontraba en casa, cuando podía, les
quitaba también brazos y piernas, no obstante, el tronco me aterrorizaba y
volvía a armar a la pobre muñeca con la mayor dedicación posible, incluso,
gracias a la culpa de haberla destrozado primero, las peinaba y les arreglaba
el rostro. Sin embargo al terminar de unirles el cuerpo, vestirlas y “ponerlas
bonitas”, su falsa sonrisa, como si jamás hubiesen sido heridas, me devolvía
una imagen íntima tan terrible que prefería arrojarlas al techo y no volver a
saber nada de ellas.
El tiempo siguió su curso, dentro
de mi preparación como mujercita recibí clases de mecanografía, taquigrafía,
baile, cocina, organización del hogar, lectura y redacción, corte y confección –de
ropa- pero nadie me enseñó a coser muñecas rotas, y absolutamente nadie me
dijo, que la mayoría de ellas son de carne y hueso. Aprendí, por supuesto, a
andar por el mundo descocida, con los brazos fracturados y las piernas
endebles, con zapatos de tacón, maquillaje en el rostro y, no puede faltar, una
gran sonrisa en el rostro, como si nunca
hubiera sido herida.
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Pero voces como la tuya,rompen y recomponen esa omisión.
Un abrazo Suspiros... Alma libre