Borrados (segunda parte)


Pero el tiempo era más audaz que ella y dejaba pasar lapsos medianamente largos entre un desvarío y otro, de tal manera que Adelyn nunca pudiera tomar la seriedad necesaria, al menos eso creo yo, pues si fuese yo quien se estuviera volviendo loca, por lo menos me preocuparía; sin embargo esto no ocurría con Adelyn, más bien se iba adaptando. En realidad no le preocupaba ni le afectaba sentirse extraña, siempre la habían visto así todos los demás.

Lo único que no le gustaba era que todo esto afectara su forma de trabajo. Adelyn era escritora independiente, se esforzaba mucho por publicar sus escritos e historias sin primero pasar por un editor, lo cual es realmente difícil en estas épocas en que todo, absolutamente todo debe ser editado primero, ya se sabe que hay que cuidar lo que se puede leer o no. Así, sus escritos se fueron volviendo poco a poco prohibidos, no tanto por lo que publicaba si no más bien por el cómo lo hacía, declarando de esta forma su abierta oposición al control, cualquiera que fuera el origen de éste.

Vivía sola, en una casona vieja y deteriorada por el abandono al que Adelyne la sometía, caminaba sola por las calles abstraída siempre, creando historias que luego se sentaría a escribir en una computadora muy antigua, de esas que aún requieren usar las manos para escribir. A veces, cuando salía a imprimir sus textos se perdía y vagaba y vagaba durante horas, en ocasiones andando en círculos sin percatarse de ello, otras simplemente tomaba una línea recta y amanecía en otro pueblo o en algún lote baldío.

Cuando era consciente de su tiempo y lugar se apagaba, su rostro se volvía triste y parecía más vieja, entonces volvía a escribir casi de forma maniaca, escribía y escribía. Contaba historias de vidas pasadas, de sus vidas pasadas, siempre encontrando y perdiendo a su amado. A veces en las historias moría ella, en otras moría él, en otras jamás lo conocía pero sabía de su existencia.

Yo la conocía desde hacía varios años ya, recuerdo bien cuando se presentó ante mi negocio para pedirme que publicara su primera historia. Iba acompañada de un hombre robusto, muy serio contrastando con la notable sonrisa de ella. Por la manera en que ella lo miraba supe que era “su amor”. En un principio me negué, era un riesgo para mí publicar algo que no había pasado por ningún editor, pero su sonrisa y ojos brillantes, llenos de entusiasmo, su juventud y alegría me terminaron por convencer y desde entonces, oficialmente (debajo del agua) publico todos sus textos.

Debo confesar que nunca leí nada antes de imprimirlo, no quería problemas, era mejor hacer mi trabajo con la menor información posible; claro que en ese entonces yo pensaba que Adelyn era una rebelde. Luego me di cuenta de que sólo quería ser libre de escribir lo que quisiera y como quisiera.

Si me preguntaran diría que me parecían bastante excéntricos, me refiero a ambos, Adelyne y él, siempre supuse que era una característica de cualquier escritor independiente, si no, ¿por qué no simplemente adaptarse a las reglas sociales? La última vez que la vi sonreír fue hace 5 años, lo recuerdo bien porque era el día en que entraba la primavera y todos los chiquillos del preescolar de enfrente pasaban con sus coloridos disfraces. Ella me llevó un texto ese día, el único que he leído antes de imprimir, se llamaba…perdón, lo olvidé, pero trataba de una pareja que se amaba profundamente y luego uno de ellos moría, contaba que el que quedaba entraba en una especie de ensueño en el que eternamente vivía con su amado, un mundo sin muerte, pero que luego al darse cuenta de la realidad se sacaba los ojos y se quedaba loco. Quedé realmente impactado por ese texto, era tan gráfico, tan vívido, tan emotivo.

Luego llegaron los días grises. Adelyne no volvió a la siguiente semana como era su costumbre para llevar otro texto, no regresó tampoco al mes, pasaron exactos 10 meses y apareció de nuevo en mi negocio. Pero ya no era la misma Adelyne que conocí, sus ojos estaban ausentes y distantes, como si siempre miraran varios metros detrás de lo que tuviera justo enfrente. Confieso que al verla tuve miedo, sentí que podría dañarme aunque nunca la había considerado alguien agresiva. No habló, dejó su texto y se fue.

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