Me voy

Largo el destino me espera, a mi alrededor no hay más que un camino de arena, mis huellas se borran a cada paso que doy, porque mi destino no espera que nadie me siga. Los tiempos de andar rodeada, a veces atrás, a veces delante, se acaban.

Hoy quise sentarme sobre una roca a mirar ese paisaje mío de arena sin mar, sin cielo, más tan claro, apacible y a la espera. No se escucha un alma cerca, ni lejos, no hay murmullo del viento, no hay silencio siquiera; más no me duele, más no pesa.

Mis pasos anduvieron ya descalzos por un rato, nada quema mis plantas, nada hiere su piel desnuda…el silencio se romperá no obstante, ya un susurro escuchó mi alma en lo profundo, una débil voz apenada, temerosa de ser escuchada, sigilosa y muy sola; más no es tiempo de llegar pues mi senda fuera del tiempo y el espacio, no conoce de norte o sur.

Un segundo llamado debe esperar mi cuerpo para que retorne al mundo podrido, a sanar un alma más, un tiempo corto solamente, un instante, un quizás, un alivio, una luz y la esperanza renovada, aunque al final no entiendan que al cumplir mi mandato debo irme.


Algunos me llaman esperanza, otros (al final) melancolía, ni una ni otra; si para el Ocaso el Amanecer es utopía, saben ambos que hay un instante en que sus auras se sienten cual si de la una naciera la otra, soy ese instante, soy el gemido que muere o nace, soy el suspiro entre dos amantes que a la distancia ven mutuamente la foto del otro, soy el primer llanto de la vida y la última mirada que precede al beso de la muerte.


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