Reencuentro
Será que con los años me he hecho inmune a casi todos los pecados...
La tarde se interrumpió con una
llamada inesperada, un número que prefirió mantener su anonimato en la lista de
contactos del celular, irrumpió descaradamente, primero en la pantalla
centelleante, luego, ante la memoria de una voz que todavía hoy, tiene el poder
de cambiar el tono de la mía.
No se dijo mucho, tan solo un
titubeo, un “no...sí, ¿a qué hora? Ok.” La
ansiedad pasó, desde el momento de cortar la llamada, de la garganta al
estómago y luego se convirtió en un calambrito un poco más abajo, las piernas
cruzadas que se apretaban inquietas al sentir el comienzo de un calor interno,
me recordaron que mi excitación tendría que aguardar tres horas más para ser
saciada.
Hubo poco tiempo, como era de
esperar. Sin embargo, el frenesí del primer beso desató las cadenas del reloj,
esta vez parecía que el cuerpo pedía una película completa y no ya, como antes,
la escena final, no en la que los amantes reposan desnudos y abrazados debajo
de sábanas de seda, no, la verdadera escena final, aquella donde cada uno se
viste de prisa sin hablar.
Mi sexo estaba húmedo desde que
me dirigía en el auto al punto de encuentro, esta vez mi corazón latía despacio
y no me temblaba ni la voz ni el cuerpo, no había nerviosismo, sólo
determinación, podría haber tenido un orgasmo apenas con el roce de tu mano sobre
mi cuello.
Tuve tres orgasmos, uno de
camino, otro al verte y otro al despedirte, y nos mentimos de nuevo, aunque
esta vez fingimos mejor.
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