Sueños de Diván: Alejandra
Puta se hacía llamar. Siempre
imaginé que experimentaba un orgasmo cada vez que alguien pretendía insultarla,
burlarse o humillarla al decirle puta. Para ella la palabra era su estandarte.
Feminista como muchas, rechazante del falo masculino por su homonimia con el
poder. La lucha de dos poderes, mujer vs hombre, en el cuadrilátero del sexo y
su victoria máxima se daba al preferir a otra mujer sobre cualquier pene erecto
que se le ofreciera. Nada le causaba más placer que el pequeño y húmedo puntito
clitoriano de una hembra, y si era puta mejor aún.
Yo siempre le tuve ganas. Me
gustaba su arrogancia. Leía mucho y eso me cautiva más que cualquier otra cosa
en cualquier persona. Pero en ella la lectura era sólo un arma más, yo dudaba
mucho de su disfrute real, pues siempre andaba buscando entre las líneas como
defender su supuesto feminismo, como atacar el sistema político y la sociedad
patriarcal; en pocas palabras constantemente se andaba buscando a sí misma en
las letras de otros. Saberlo me hacía sentir hombre, sólo me faltaba el pene y
en esas ocasiones en que lo pensaba cómo me gustaría haberlo tenido, entrar a
su departamento, arrancarle la blusa a jirones y a rastras llevarla a la
ventana que da a la calle, ponerla de medio tronco hacia el aire, exhibiéndole
las tetas para que cualquiera que pase pueda verlas y oírla, porque gritaría,
gritaría como la perra que es mientras le subo la falda para desgarrarle no
solo las medias…sólo para refundirle en el culo su propia verdad.
Pero me falta el pene… y esos de
plástico que tanto gustan a las feministas lésbicas lo menos que simbolizan es
poder. Por eso tengo que aferrarme al deseo de un día follarla entera como
mujer (yo mujer, pues ella es puta).
Me imagino con ella en una
reunión de colegas, todos con sus rostros serenos e intelectualoides, asumiendo
posturas reflexivas o de escucha atenta, o bien refutando las ideas religiosas
de alguno de los presentes, los comentarios machistas de uno que otro del grupo
y ella, con su mirada fría e indiferente, desdeñosa de casi todos los
comentarios que no mencionen al menos una pizca de existencialismo kafkiano,
incluso mofándose del pobre tonto que se le ocurra mencionar al Señor Freud
como máxima deidad del psiconálisis.
Seguramente mi cosquilluda manía
de buscar combate haría uso de Lacan para voltearle el discurso y hacer que sus
ojos se vuelvan a mí, no con simpatía, sino al contrario, con rabia contenida
porque Yo, una mente débil, haría un uso insultante del Dios Lacan tan sólo con
pronunciarlo. Sin embargo mi intención es molestarla, hacerla berrear hasta que
quiera follarme. Le hablaré entonces de Pizarnik, en voz baja, como pidiendo
que se acerque a mi boca para escucharme decir:
Escucho resonar el agua que cae en mi sueño.
Las palabras caen como el agua, yo caigo.
Dibujo en mis ojos la forma de mis ojos, nado en mis aguas, me digo mis
silencios.
Toda la noche espero que mi lenguaje logre configurarme.
Y pienso en el viento que viene
a mí, permanece en mí.
Toda la noche he caminado bajo la lluvia desconocida.
A mí me han dado un silencio pleno de formas y visiones (dices).
Y corres desolada como el único pájaro en el viento.
Quizá entonces sus ojos se
atrevan altaneros a posarse en mis ojos. Mi mirada intentará provocar sus
ganas, ya estoy imaginando su cuerpo desnudo, una piel –aunque tersa- blanca
con cicatrices, marcas de su pasado, huellas de otros dedos que me indican el
camino. Un pubis con vello negro que contrasta con la blancura de sus caderas,
abundante vello púbico. Sus piernas largas, vista de espalda, van contorneando
la forma donde termina la curvatura de sus nalgas. Un trasero exquisito, ni muy
grande ni muy pequeño, ni firme ni flojo, simplemente unas nalgas que invitan a
adentrarse con la lengua entre ellas y seguir la línea de la espalda baja,
subir, subir hasta llegar a la nuca para poder seguir susurrando en sus oídos,
ya no poemas de Pizarnik sino palabras putescas, como le gusta…
Luego podre besarle esa boca,
esos labios tan insinuantes, tan atrevidos, tan groseros como su mirada, que
ahora me tiene atrapada. Sus ojos están fijos en mí mientras me aleja de su
cuerpo lo suficiente para que aprecie su desnudes completa. Su mirada me reta a
continuar y de pronto me he quedado congelada, no sé por dónde seguir. Me quedo
mirando sus tetas, pequeñas, unos pezones erectos y rosados pidiendo que los
mame, pero ella quiere algo más…me va acorralando hasta la cama. Mi ropa sigue
en su sitio, no llevo ni una sola prenda menos encima desde que todo empezó,
ella no se inmuta, me avienta hacia la cama y de la forma más excitante coloca
sus nalgas frente a mi rostro, me muestra su sexo completo invitándome a lamer.
Sus gemidos son exquisitos,
suaves, dulces; pequeños quejidos que en momentos se cortan con un suspiro. La giro
sobre su eje hasta que queda boca abajo sobre la cama. Tengo lo que quiero, su
cuerpo lánguido después de tres orgasmos aún me pide más. Me desprendo de mi
ropa, antes de acercarme la veo un momento más, me gusta su trasero. Ella lo
sabe y lo mueve para mí. Usa sus dedos para estimular su ano y yo estoy que me
corro.
Entonces despierto, es decir
se me acaba la imaginación y sigo con las ganas. Algún día quizá, con unos
cuantos colegas de por medio, un par de horas de profunda charla, varias tazas
de café y un diván como propuesta, se pueda concretar mi deseo.
Comentarios
Siempre lector tuyo...
Cuervo.