Entre puntos y paréntesis

Tres agentes espías enviados por el gobierno a una ciudad sitiada, los trajes grises con que seguramente visten, el auto andando despacio e inadvertido por los citadinos; la gente caminando de prisa por plazas y alamedas, indiferente a las miradas quisquillosas de los agentes. Luego, una pausa, la vista se levanta de la hoja amarillezca del libro para toparse con otro mundo; una puerta entreabierta, blanca y rodeada de paredes blancas también; detrás se ve un barandal blanco, una plaza con una lámpara al centro y más lejos otro edificio blanco…Lo único que da vida al paisaje es un árbol recuperándose de la amputación de sus ramas, amputación mejor conocida como “estética del paisaje”, el arte de podar árboles.

                Una aprensión en el pecho termina de confirmar el retorno a una realidad palpable. Sus ojos regresan al texto suspendido, quieren ver de nuevo otro mundo, encontrarse con la mujer que será interrogada groseramente por el más inepto de los tres agentes, pero el móvil a la derecha del libro le hace suspirar.

                Es otro rostro y otro mundo al que su corazón quiere acercarse, es otro rostro y otro mundo lo  que sus ojos anhelan, pero ya no ese donde los habitantes sitiados viven armoniosamente pese al hostigamiento de su propio gobierno, no ese, donde la gente sabe pensar y dan ejemplo con su conducta de la lucidez de su raciocinio. No, es el mundo de los locos, de los ciegos y sordos, de los lentos y cortos de pensamiento, de los deseos e ilusiones, al que su alma aspira, es ese mundo de otro corazón que a lo lejos palpita tan indiferente, tan despreocupado del anhelo en él depositado como estos habitantes sitiados lo están del par de ojos que lee su historia.


                ¿Y el vuelco en el corazón por qué? Ya está suspirando de nuevo. Sí él tan solo fuera una historia más, otra hoja dentro de un capítulo de un libro…podría entonces leerle y releerle, verle tan cerca, caminar a su lado, temer por los riesgos que corra y tratar de salvarle avisándole del peligro. No obstante ese corazón late fuerte y certero encerrado en el pecho de un hombre de carne  hueso, un hombre real que más satisfacción daría si fuese ficticio. Por eso en ella su corazón se oprime, se apachurra y a veces llora. Luego vuelve a las letras, imagina quizá un evento extraordinario, una catástrofe o el simple giro de la moneda, que lleva ya mucho tiempo en el aire; imagina, desea, un algo que le brinde la oportunidad de ser ella la deseada, de que sea el otro corazón el que se oprima  al ver el celular sin mensaje alguno, de ser el otro par de ojos los que miren tratando de atravesar fronteras, de ser otros los labios que se muerdan por la angustia de la espera, de que sea, en resumen, ese hombre quien la necesite a ella.

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