LUNA BLANCA

Recostado en la cama del cuarto de hospital, que por bendición divina no compartía con ningún otro paciente, escuchaba la historia de tres personajes que le parecían completamente parte de él, y por extraño que se escuche, al hacerlo sentíase como la mujer paralítica y de piernas torcidas de "Responde como un hombre" de Taylor Cadwell que cada tarde su madre le leía para hacerle menos tediosa su estancia en ese cuarto, donde la mejor vista consistía en un ventanal viejo cuidadosamente pintado de amarillo y que ocupaba la mitad de la pared de ese lado; detrás de sus cristales transparentes y cada vez que la enfermera consideraba que hacia falta algo de luz al cuarto, se dejaba ver un gran tronco de árbol y unas cuantas ramas de follaje verde un tanto más oscuro de lo habitual.


 

Las paredes eran frías y blancas, ni por equivocación podrían parecerse algo a las de su recámara oscura, siempre abriendo sus puertas a mujeres hermosas y libertinas que no dudaron nunca en ofrecer su lengua húmeda para lamerle los labios con tan sólo sonreírles un poco e insinuarles su miembro erecto debajo de sus pantalones negros. A veces recordaba esos días. Su vida entera había sido un romántico y como tal, se entregaba apasionadamente a toda chica hermosa que por un tiempo, muy corto siempre, compartía aquella habitación, luego lo dejaba todo y una semana o dos permanecía encerrado, asistiendo sólo a sus clases de rutina, llevando al límite el número de faltas.


 

Después volvía más seductor, la sangre ardía en sus venas. Su mirada aparentemente triste nunca decía nada de él, quizá era lo que las envolvía en sus brazos cuando lograban descubrir un atisbo de disfrazado amor. Cualquier mujer que viera esos ojos después de besarle los labios tímidamente, jamás podría escapar de ellos, eran como la maldición que le seguía. Quizá en realidad lograba amarlas, pero su fuego duraba tan poco y por lo general encendía de nuevo en otra hoguera. No era feliz, pero tampoco infeliz, sufría un dolor crónico del alma.


 

Viéndolo así medio sedado y con tubos de oxígeno, entre otros que invadían su cuerpo, aún era hermoso, tal vez pensaríamos que ese poder se había perdido, sin embargo entre más vida se le escurría, más poder tenía su mirada, como si la muerte lo fuera liberando del dolor… su dolor crónico, su pesar e inevitable atracción.


 

Su madre, una mujer menos vieja de lo que su pelo canoso nos quiere hacer creer, tiene esa expresión un tanto nostálgica y llena de resignación de todos los familiares que al no poder pagar una enfermera que cuide de su enfermo deciden hacerlo ellos mismos, al inicio llenos de esperanza y fuerzas vitales que le contagian al paciente haciéndolo sentir que su cáncer sanará, sin embargo, tal parece que es mentira que la esperanza muere al último, pues en estas personas es rápidamente reemplazada por la resignación y finalmente la energía vital que alguna vez los motivara a buscar otras alternativas se convierte en un acompañamiento hacia la muerte de su enfermo. Hay ocasiones en que no se sabe quien está menos vivo, si el aquel que yace tumbado y moribundo que aún resignado pide con todas sus fuerzas se le permita gozar de esos detalles de la vida que jamás vio estando sano, o la madre que cada noche vela a su hijo en el cuarto de hospital resignada también pero sin deseo de saber nada del mundo fuera de ese cuarto. Uno pide vivir y el otro pide morir.


 

Aunque en el caso de Vicent no podríamos asegurar que desea vivir pero tampoco que pide morir. Simplemente sigue existiendo. Sin poder hacer nada, sin querer hacer nada al respecto. Después de todo, su nombre lo persigue, "el vencedor", "seductor". Mucho tiempo antes pensó en acabar con su vida, pero entonces conoció a una mujer, la única mujer que jamás tuvo entre sus brazos, al menos no como a las otras. Seis meses estuvo a su lado, superando la prueba máxima de tiempo, seis meses, y en el sexto la vio morir, pero ni en el último instante los ojos de ella dejaron de brillar al verle, llenos de amor por él. Fue su historia sin principio ni final, esas que en un instante se da todo, en las que se tiene y no, sin fronteras de espacio ni tiempo, sin la barrera del cuerpo, sin límites ni alcance.


 

A veces Leila, que era su nombre, tocaba en la madrugada a su puerta, invadiendo su intimidad sin permiso y aunque a Vicent le enojaba nunca pudo negarse a recibirla, entonces ella se le acurrucaba, en ocasiones inventaba una historia para que él la dejara dormir abrazada a su cuerpo, que si temblaba de frío, que si tuvo un sueño terrible y ya no podía volver a dormir, que si tenía miedo o se sentía sola, que si sólo quería sentir su calor y a la mañana siguiente despertaba acariciándole el cabello. Otras más sólo la veía pasar indiferente por un tiempo y luego, de repente le clavaba sus hermosos ojos negros y entonces sabía que había perdido. Leila, oscura belleza, el nombre no podía describirla mejor.


 

Esa tarde Vicent ya no oía a su madre, no lo hacía desde hacía una semana, prefirió embarcarse en su propia novela, cada tarde, cuando la luz que filtraba la ventana se hacía rojiza, Vicent regresaba a Luna Blanca, la llaman "La Bella", la de las mujeres bonitas y de los hombres valientes y fue allí donde por primera vez se topo con la oscura belleza de esos ojos negros, tan inexpresivos como los de él, tan vacíos y envolventes que lo paralizó cuando ella lo miró fijamente y acercándose le susurró "acompáñame". Vicent no sabía su nombre, jamás la había visto pero no dudo en seguirla. Durante una hora estuvieron andando lento, sin rumbo hasta que la tarde cayó y el cielo se vio rojizo. Entonces ella le tomó el rostro entre sus manos y le dijo: "no tengo a donde ir, llévame contigo, me iré al amanecer si así lo deseas".


 

Acostumbrado a ser siempre quien dirigía el rumbo no supo qué hacer, se quedó inmóvil observándola, intentando descubrir que había más allá de sus ojos, pero no encontró nada. "No", le dijo, pero ella le tomó la mano y ya no se la soltó hasta que Vicent la necesitó para buscar las llaves de su casa.


 

Un vestido sencillo y huaraches, era todo lo que llevaba y al parecer poseía Leila quien por primera vez le sonrío al percatarse que su nuevo protector sólo tenía una cama en una base de madera vieja, un escritorio antiguo también de madera y una silla de metal que daba la impresión de haber sido robada de un instituto de colegiales. Unos cuantos posters adornaban las paredes y la única ventana estaba justo frente a la entrada del baño de la habitación, la cubrían pedazos de terciopelo negro y jamás se abría. Aunque la casa era grande parecía que Vicent sólo ocupaba la recamara y quizá el refrigerador que guardaba sobras de paella y nada más. Después de todo algo le indicaba que no eran tan diferentes, ninguno apreciaba en demasía las cosas materiales, aunque Leila lo llevaba al extremo.


 

Lo único valioso dentro de la habitación era el librero de roble macizo, al menos así lo supuso ella, pues de los escasos muebles sólo ese permanecía brillante y libre de polvo, sus cuatro estanterías estaban tapizadas de libros viejos, filosofía y novelas románticas, así como los clásicos. Le sorprendió encontrar libros en esa casa, pero de inmediato la conectó a la persona que los poseía.


 

Leila se alejó de casa a los 15. Cuando conoció a Vicent le previno que no le tomara mucho aprecio pues solía marchar sin despedirse, que amaba la libertad y que no se enamorara. Quizá fueron sus palabras la causa de que Vicent lo tomara como reto, que mujer no podía él poseer, qué mujer antes se le había escapado…ninguna.


 

Un mes estuvo a diario en su casa, ella dormía en la cama y Vicent en el único sillón de la casa que había salvado del tiradero de basura. Durante ese mes, Leila adquirió dos vestidos más y algo de ropa interior que a diario lavaba poniéndola a secar frente al ventilador. El día treinta y uno desapareció. Vicent no conocía de ella más que su nombre, se había acostumbrado a su silencio, a su presencia y caminar cauteloso, comenzó a extrañar esos ojos negros que nunca le hablaban. Al cabo de una semana salió a buscarla, se sentó en la misma banca donde le vio pasar la primera vez y allí regresó durante dos semanas más. Decidió que ella le encontraría a él y se marchó con el pecho oprimido, al llegar a casa alguien salido de la oscuridad le tomó la mano. Entraron juntos a la casa y por primera vez en su vida lloró frente a una mujer abrazándola contra su pecho lo más fuerte que pudo, como si quisiera adherirla a su cuerpo.


 

Esa noche durmieron juntos. Luego ella le contó su vida y él le contó la suya. Pero volvió a advertirle que se iría y esta vez no debía buscarla ni esperar su regreso, luego pasaron dos semanas y empezó a no estar algunas noches, Vicent no sabía cuando ella tocaría a su puerta, a veces sólo se colaba por la ventana que él comenzó a dejar abierta por las madrugadas.


 

Una noche Leila le dijo te amo y él se estremeció, sintiéndolo como una fatal premonición, algo en su pecho se rompió, esa noche hicieron el amor por primera vez, la madrugada siguiente ella murió susurrándole al oído que tenía un terrible sueño y debía abrazarla fuerte, luego lloro muy quedo, le susurró un te amo y se durmió. Vicent supo entonces que sería la última vez que escucharía su voz y la mantuvo apretada a su cuerpo hasta la noche siguiente.


 

Un mes más tarde Vicent cayó en cama gravemente enfermo, su madre acudió a su cuidado, en el hospital le dijeron que no tenía cura y que su deterioro era muy rápido, pero no pudieron darle nombre a su padecer. Leila era su dolor.


 


 


 


 


 


 


 


 

LEILA


 

Tenía alrededor de 15 años cuando decidió escaparse de casa de sus padres. Me gustaría justificarlo diciendo que tenía una vida fatal al lado de ellos, que quizá sufría maltratos atroces, abusos y humillaciones que la motivaran a huir, pero no fue así, su historia no es nada dramática, no habla de soledad ni sufrimiento, simplemente decidió irse, una noche cualquiera cuando su madre le mandó por la cena sus pasos tomaron un desvío y ya no volvieron atrás.


 

Tal vez su alma ansiosa de libertad, curiosidad y omnipotencia de juventud la subieron a un bus: Luna Blanca, anunciaba el altavoz con la entonación de una mujer de las líneas telefónicas para adultos, ¿cómo decirle no a algo que se escucha tan sensual?


 

Luna Blanca, había oído hablar de la cuidad, muy bella decían, romántica e ideal para una luna de miel, ¿qué haría ella en un lugar como ese? Ciudad romántica…iba sola, sería difícil encontrar alguien solo en una ciudad para enamorados, pero no estaría fuera de lugar, vivía enamorada de la vida, de la libertad, del cielo azul raso, de las mariposas y los niños huérfanos. Toda su vida soñó no tener familia, ni casa, ni hermanos, soñó ser huérfana y andar por las calles descalza cambiando de ciudad en ciudad sin conocer a nadie y sin ser vista. Ahora ella misma se creaba esta oportunidad, la idea de no pertenecer a nada le nublaba la mente. No sintió ansiedad o temor, no previó que no es lo mismo querer estar sola que la soledad.


 

La tarde que se cruzó con Vicent en la plaza llevaba dos semanas deambulando, durmiendo en los parques y lavándose en las fuentes, un día antes encontró una guarida cerca de un callejón oscuro, una casa en ruinas con una hermosa fachada que aparentaba estar habitada a primera vista, dudo en entrar, sin embargo, la puerta estaba perniabierta dentro una luz tenue la dirigió a una de sus tres habitaciones. Una vela a punto de morir sobre una mesita de noche iluminaba la pobre estancia, al lado una cama con una base tan baja que parecía estar al ras del suelo, espesas cortinas color vino cubrían las ventanas y el aire que se respiraba olía a muerte y enfermedad, alcohol, hospital y sangre.


 

Sintió repugnancia. La cama parecía vacía si no fuese por las arrugas que marcaban las colchas y el leve hundimiento de la almohada de seda negra, si había una persona allí acostada no se le veía y debía estar tan delgada como un esqueleto, pues su cuerpo apenas sobresalía como un pequeño bulto de entre las sábanas. Esperó unos instantes observando fijamente aquel bulto sin forma, pensó en descubrir las cobijas pero temió encontrar un muerto, ella jamás había visto ninguno. Cuando su abuelo murió no le permitieron verle, recordó el dolor que la invadió, entonces era una chiquilla de 10 años, desde entonces nada había sido igual, había perdido su único amigo y a partir de ese momento su mente infantil decidió que ella también debía morir y nadie jamás podría verle el rostro pálido y frío, debía morir lejos de casa y sola como lo había hecho su abuelo, recostado en una cama con la única persona que veló su sueño cada noche: la abuela abrazándole por la espalda. Así su misión era morir, morir abrazada por la espalda de alguien que amara y que le amara, y nadie más podría verle muerta por eso había escapado de casa cinco años más tarde y tal vez, si creemos en el destino, tal vez por eso había subido a ese autobús, vagado dos semanas y encontrado a alguien moribundo en una casa arruinada que le recordaba de golpe su anhelado final.


 

Habían pasado unos diez minutos y ni un movimiento debajo de la colcha. Respiró hondo. Se acercó. Contuvo la respiración. Con la mano temblorosa levantó la sábana que cubría el rostro de aquel…era un anciano, un anciano muerto, su cuerpo aun estaba tibio, quizá murió en su presencia y ella no pudo darse cuenta, atrapada en sus propios pensamientos no escucho el último suspiro de aquel hombre viejo y esquelético que yacía muerto mirándole con sus ojos inertes que no obstante decían que le estuvo esperando, que estaba allí para recordarle a su abuelo y pudiera entonces verle muerto y despedirse o si el destino sigue con nosotros, era el aviso de que iba por ella y le estaba esperando en algún lugar no muy lejano.


 

Se quedó helada, incapaz de despegar la vista de esos ojos muertos, no podía moverse y apenas respiraba, un escalofrío le recorrió el cuerpo y la hizo temblar, en ese instante pensó que el alma de aquel pobre viejo estaba despegándose de su cuerpo para ser libre después de años que imagino de agonía y soledad. Cuando al fin pudo reaccionar, cubrió de nuevo al viejo con la sábana y fue alejándose despacio sin darle la espalda temerosa de que pudiera despertar cual si hubiese estado dormido.


 

Salió de la casa sintiendo el corazón oprimido, por primera vez se daba cuenta de lo tremendamente sola que se encontraba, por primera vez deseo tener una cama con sábanas calientes donde pasar la noche y su nostalgia la llevo a desear alguien, ese alguien que ha estado esperando estos últimos cinco años, un brazo fuerte que la ciñera por la espalda mientras ella intentaba conciliar el sueño. Envuelta en sus pensamientos siguió caminando, cuando regresó a la realidad estaba en esa plaza sintiendo unos ojos que la penetraban a lo lejos. Caminó en su dirección y se quedó unos instantes viéndolos también, fijamente, pero esos ojos parecían no tener vida, si era cierto que los ojos son el espejo del alma esa alma estaba vacía. Sin pensarlo dijo sígueme. En realidad no esperaba que el joven desconocido de mirada inexpresiva le obedeciera, pero de igual manera no se sorprendió cuando él la siguió.


 

Una hora estuvieron andando sin rumbo, sin hablarse, sin mirarse; una hora en la que Leila se refugió en sus ensoñaciones como lo había hecho desde siempre cada vez que sentía miedo, pero esta vez no temía sólo que descubrió por intuición que el silencio era la mejor manera de comunicarse en esos momentos y con él, sentía una extraña paz al sentirlo caminar a su lado, hubo un momento en que sus manos se rozaron por el movimiento natural del braceo al caminar, unas leves cosquillas que subieron a su cuello le llamaron la atención pero ninguno dijo nada. Si se le hubiera preguntado, no sabría como contestar qué la llevó a decirle que le diera asilo por una noche, no le conocía, ni a nadie en esa ciudad, era tan solo una adolescente ingenua y ante esa situación muy vulnerable y Leila estaba consciente de ello, sin embargo no sentía miedo y después del encuentro con el viejo de la casa en ruinas le había quedado la sensación de que esa noche su destino llegaría de una u otra manera. Leila creyó que ese chico de mirada vacía y expresión fúnebre era parte de ese destino.


 

Cuando se atrevió a tomarle de la mano comprobó de alguna manera que ya no la volvería a soltar. Esa noche la pasó en vela. Aunque el chico aún desconocido le ofreció su cama y él durmió en el viejo sofá, Leila sintió frío y por la madrugada se rindió al insomnio levantándose a velar el sueño de él. Le contempló toda la noche, se quedó maravillada de verle como a un niño pequeño, con sus lindos ojos cerrados que aún así guardaban el misterio de su mirada, como si ésta pudiera atravesar los párpados y hacerse presente a través de la espesura de sus cejas negras; sus labios se movían curiosos como haciendo pucheros y en ratos sonreían tiernos como viendo a la persona amada.


 

La delgada sábana que cubría su cuerpo resbaló en un brusco movimiento, un sobresalto del sueño y dejó al desnudo su perfecto dorso que dibujaba una línea media tan marcada justo a la altura de las nalgas. La mirada de Leila bajó más allá de lo que la sábana permitía ver, imaginando la sutil curvatura que le seguía pasando por sus piernas torneadas y fuertes, hasta detenerse en sus pies notando de inmediato el peculiar lunar en el talón izquierdo.


 

Lo cubrió tiernamente. Comenzaba a sentir un dolor que no entendía. El dolor de la soledad. Arrastró los pies en dirección a la cama vacía que le esperaba. A la mañana siguiente despertó y el desconocido no estaba ya en la casa, ni una nota que dijera si volvería y a qué hora lo haría, su desconcierto creció al ver en los pies de la cama un vestido viejo pero limpio justo de su medida, una toalla y un jabón nuevo. Una invitación para asearse que no podía despreciar, hacía tiempo que su endeble figura reclamaba un baño decente. Se dijo para sí que después de asearse se marcharía, quizá era lo que esperaba el desconocido, después de todo había sido muy amable con ella y Leila había prometido irse al amanecer.


 

El agua estaba tibia y tardó más de lo esperado en salir de la regadera. Le dio muchas vueltas a la casa antes de decidir marcharse, más bien, antes de decidir quedarse. Preparó una comida escueta con lo poco que encontró, un par de huevos revueltos y tortillas duras, algo de fruta y pan rancio. Cuando Vicent regresó a la media noche acompañado de una dama no esperaba encontrar a Leila medio adormilada a los pies de la cama esperándole con la cena servida.


 

Vicent aún recuerda con dolor la mirada que le clavo Leila al entrar en la habitación. A pesar de la oscuridad pudo ver esos ojos negros brillando por las lágrimas contenidas. Ambos sintieron la misma opresión en el pecho, ambos se congelaron perdiéndose en la mirada del otro, ambos se hicieron sordos ante la chillante voz de la dama desconocida que exigía saber qué rayos estaba pasando y quien era esa vagabunda, porqué estaba en su casa, era acaso una sirvienta pues le había preparado la cena; ambos esperaban mudos y presos de un sentimiento indescriptible a que todo fuera un error y la dama desconocida fuese un producto de la imaginación, que ella en realidad nunca estuvo allí, que Vicent jamás cometiera el error de dañar el amor, -porque aunque no lo sabían, ya era amor eso que sentían como opresión en el pecho y el efecto hipnótico de sus miradas- el amor que como una semillita había echado raíz la noche anterior mientras Leila velaba el sueño de su protector.


 

De una forma inesperada la magia se dio, la dama desconocida simplemente desapareció a los ojos de ambos. En realidad, la dama decidió marcharse, dio vuelta en su eje y salió por la puerta que había quedado abierta. Tal vez molesta, tal vez indiferente, tal vez primero golpeo en el rostro a Vicent y gritoneo a la chiquilla de la cama, tal vez arrojo objetos al aire o simplemente no paró de gritar, pero nada de eso importa porque nada de eso atravesó el umbral de los sentidos de Leila ni Vicent.


 

Cómo saber que pasaba por la mente solitaria de Leila, cómo saber qué pasaba por la fría y egoísta mente de Vicent. Lo único que nos queda es describir el ambiente. Un cuarto oscuro, al que si hubiésemos entrado de pronto nos tendríamos que haber detenido en seco al sentir un muro invisible que impedía la irrupción de cualquier cosa, así fuera objeto, persona o sensación ajena a la que protegía. El muro era frío, Leila lo pudo tocar, o mejor el aire; frío y electrificante pues cada uno de los vellos del cuerpo se erizaron. Sus ojos se fueron secando lentamente, su corazón comenzó a latir suave y rítmicamente, sus labios se abrieron para decir algo pero la voz aún no regresaba. Vicent rompió el muro y entró. Lo atravesó y su brazo le levantó la cara, no se esforzó en intentar hablar pues ya sabía que no tendría voz, pero sus labios se entreabrieron para depositar un suave beso en los de Leila.


 


 


 


 


 


 

CUATRO MESES


 

Era abril cuando Leila le llevó a los prados, habían pasado algunos meses, no llevaban la cuenta era mejor así, pues ninguno estaba acostumbrado a sentirse preso del tiempo, de personas ni lugares. Enemigos de los calendarios y relojes. Amantes de la libertad. Por eso lo llevo a los prados. En ese lugar de naturaleza salvaje el tiempo se media por colores, verde intenso anunciaba las lluvias y el tiempo de estar, el tiempo que Leila estaría junto a Vicent; cuando las hojas perdían color y se opacaban anunciaban que la partida se acercaba, amarillo otoñal indicaba el fin, la despedida. Pero eso sólo lo sabía ella.


 

Había pasado alrededor de una semana desde el incidente de la dama desconocida. Llevó un canasto con panecillos dulces, una botella de leche y el cuaderno de dibujo que encontró en el cuarto de Vicent por coincidencia. Él cargaba el caballete que estuvo arrumbado durante años y funcionaba como perchero en su cuarto, una mochila deshilachada con carboncillos y lápices, goma, spray fijador e ingres. Hacía tiempo que no pintaba, mucho menos así. Pero Leila había insistido.


 

Le miró traviesa mientras él preparaba los materiales. Escogió de fondo un árbol. Su tronco era my peculiar, demasiado grueso y abierto por el frente en forma de arco, como si fuese una puerta, por dentro estaba hueco de tal forma que una persona de 1.80m y de complexión robusta podría introducirse sin necesidad de encorvarse. Un excelente escondite en tiempos de lluvia si no fuese por el magnetismo de los árboles con los rayos. En derredor de éste sólo había pasto, lo suficientemente alto para recostarse y no ser visto desde lo lejos. Cuando Vicent indico que estaba listo ella corrió dentro del gran tronco seco.


 

Ante la mirada estupefacta de Vicent se desabotonó el vestido y dejó que solo se deslizara descubriendo lentamente su cuerpo desnudo. Ya estaba descalza así que no bajó ni cuando sintió diminutas cosquillas en los pies, quería mantener su mirada fija en Vicent, sabía lo que causaba al mostrársele así, le parecía divertido y excitante. Salió de dentro del tronco y se recostó de costado sobre el pasto algo húmedo. En el cielo un par de nubes taparon momentáneamente el sol, permitiendo sólo un rayo de luz rojiza que le daba a su piel un tono cobrizo y resaltaba sus ojos grandes haciendo extrañas sombras en su rostro.


 

El pelo negro y largo cubría uno de sus senos y dejaba semioculto el rostro, el brazo izquierdo doblado en L frente a su cara y el otro descansado sobre su costado derecho, acentuando la sutil curva de su cadera. Mirada fija en el vacío, labios ligeramente separados y las piernas semiflexionadas hacia el pecho permitiendo a la vista escudriñar la línea del abdomen que iba del ombligo al pubis. Piel como de terciopelo de un mismo tono desde los pies al rostro y con ese cobrizo haciéndole brillar. Ella en sí parecía una pintura rodeada del pasto que ayudaba a cubrir su sexo a medias y acariciaba sus muslos. Las sombras que la luz rojiza reflejaba en su cuerpo resaltaba sólo sus partes sensuales, haciéndola ver mucho más hermosa.


 

Vicent trabajó en la pintura hasta que la oscuridad abrazó el cuerpo de Leila y no era posible más que ver el brillo de aquellos ojos negros. Después ella le tomó la mano pidiéndole la ayudase a vestirse, se estremeció al sentir un dedo frío rozándole los pezones al bajar el vestido. Luego se sentaron en silencio a comer los panecillos y tomar la leche, al terminar regresaron a casa tomados de la mano.


 

Pocas veces hablaban con la voz, lo hacían más con la mirada, con ligeros roces en la piel, una sutil caricia en la mano como por accidente podría significar te amo o te quiero cerca, una mirada fría comunicaba el deseo de soledad, entonces cada uno se marchaba por su lado pudiendo regresar por la madrugada o varios días más tarde.


 

Así pasaron cinco meses y los árboles ya no eran tan verdes. Una especie de tristeza invadió el rostro de Leila. Una mañana salió antes de que Vicent despertara, no era muy temprano pues él siempre despertaba después de medio día, antes de esa hora sólo lo despertaría un terremoto –quizás- y aunque era muy sigilosa en realidad no se preocupó por hacer ruido. Echo una mirada rápida a la casa, suspiró y partió. No volvió hasta que las hojas comenzaron a caer.


 


 


 


 


 


 


 


 


 

SEXTO MES


 


 

Un día antes lo llevó de nuevo a los prados. De nuevo el árbol y el atardecer. Un abrazo, un beso tímido. Una sonrisa, la única y primer sonrisa desde que se conocieron. Esa tarde era extrañamente fría, el aire se colaba a los huesos congelándolos, la piel dolía al contacto y era difícil caminar. Nubes de polvo se alzaban en la ciudad y desde allí podía vérselas a todas. Las ramas de los árboles chocaban unas contra otras con un sonido hueco en vez del relajante sonido de las hojas al acariciarse por el suave roce del viento. Las aves estaban en silencio y ya habían regresados a sus respectivos nidos. A pesar del movimiento de la naturaleza todo parecía estático.


 

De camino a casa Vicent creyó ver un viejo huesudo muerto sobre la acera fuera de una casa en ruinas, apenas cubierto con un harapo, el interior de la casa dejaba ver la sombra de una vela y la sombra de una chiquilla con el brazo extendido. Perplejo volteo mirando a Leila como interrogándole pero al querer explicarle señalando en dirección a la casa, ella se burló diciendo si acaso le temía a los perros. Cuando volvió la vista sólo se topó con un perro callejero buscando entre la basura y la casa en ruinas sólo era un edificio en construcción, no había vela ni niña dentro de él.


 

Esa noche Leila le dijo te amo y él se estremeció, sintiéndolo como una fatal premonición, algo en su pecho se rompió, esa noche hicieron el amor por primera vez, la madrugada siguiente ella murió susurrándole al oído que tenía un terrible sueño y debía abrazarla fuerte, luego lloro muy quedo, le susurró un te amo y se durmió.


 

El destino la había alcanzado…


 


 


 


 

Comentarios

Desvanecerse ha dicho que…
La capacidad de una historia se cultiva en el extenso libro que escribimos cada día de la vida y sembramos esperando la única cosecha que el alma ansía, la del amor.

Besotes
Eco ha dicho que…
Me gustó que te arriesgaras, me gustó que fuera tan largo. Es como si a veces quisieras decirme "mira, puedo y tú no" jejejeje.

Me gustó mucho, pero creo que le falta madurar al cuento. Deberías dejarlo un par de meses así y luego volver a verlo, revisar sus virtudes y sus defectos.

Siento que le faltan dos rayitas para ser perfecto. Por un lado me recuerda tanto a la insoportable como a cuna de cuervos. Por el otro siento que tienes personajes que a ratos los tienes bien definidos, pero a ratos no sabes como deberían de actuar.

Por último, creo que deberías hacerle más hincapíe al fatum, al "alea jacta est". Por que sino dices que las cosas así tenían que ser con un poco más de fuerza, me parece un poquito forzado.

El que ella taba mensa de 15 años y se lo encuentra a él y le dice que lo siga, cuando tú misma dices que no es como ella hubiera actuado. Bueno, no sé si me entiendes, pero si quieres luego te lo explico con unos besos de por medio.

Me gustó, me gustó como lo hiciste, creo que sólo me gustaría ayudarte a maquillarlo un poco, a que resalten sus curvas.

P.D. Siempre el cliché ese de que cogen como locos y derrepente se les ocurre que ahora sí van a hacer el amor. No tú, sino todos los escritores de todos los tiempos.
STAROSTA ha dicho que…
HOLA.....

Bueno...ni que decir...Esta es sin duda, la mejor publicacion que se haya hecho en este blog y en cualquier blog de los que he comentado hasta hoy. Tiene absolutamente todo lo que debe tener un escrito. Me siento bien de saber que tengo buen gusto para seguir blogs y esta publicacion lo confirma. Lo lei una vez, dos veces y quede maravillado. Es una sifonia escita lo que hiciste. Uf...ojala algun dia yo pudiera llegar a escribir asi.Calificacion perfecta de mi parte. Te felicito. No tengo palabras para expresar lo que pienso de tu forma de escribir.Me dan ganas de no seguir publicando. ¿Para que? Con esta publicacion lo dijiste todo. Estoy seguro que todos los que leen este blog estan de acuerdo conmigo. Eres garnde...muy grande para escribir.

UN ABRAZO LLENO DE LUNAS
STAROSTA
(UN PRODUCTO DE TU IMAGINACION)
suspiros ha dicho que…
Historias, muchas historias rondan por mi mente y es cierto, siempre he tenido un noseque, "miedo", amor tienes razòn en cuanto a lo de arriesgarme pero ahora me da más miedo que nunca. Es cierto también que le falta vida a los personajes, en mi mente están tan claros y todas sus acciones tienen sentido pero es tan difícil ponerle palabras a su personalidad, dime cómo transmito lo que dice una mirada, lo que la piel grita al contacto de la suave respiración del amado, cómo se escribe el silencio y todo lo que grita...me agrada tu comentario, no esperaba menos de ti y me entusiasma tu propuesta de releerlo y reconstruir en un tiempo màs adelante, de lo demás creo que hay cosas de la historia que no entendiste o tal vez es un reflejo de que no pude transmitir lo que deseaba que mostraran los personajes; lo que me llevó a la idea de proponerte que rehicieras la historia desde tu perspectiva creo q sería muy interesante ver las diferencias.

Starosta, me alabas, me elevas el ego con tu comentario, respecto a tu comentario en Escala de grises temo decirte que no es lo más triste que he escrito, quizá deberías darte una vuelta por los inicios del blog. Gracias por tu visita, un abrazo.
suspiros ha dicho que…
Desvanecerse, simplemente dices todo y nada, o es que tu comentario en relaciòn al de Eco parece como si le confirmaras y negaras al mismo tiempo, creo que no alcanzo a comprender el significado.

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